Lo peor es que, muchas veces, este etiquetado puede ser engañoso… pues en muchas ocasiones los productos etiquetados como “bajos en grasa” tienen un mayor contenido de azúcar, y viceversa, que el producto original para lograr el mismo sabor y, claramente, esto no lo hace más saludable.
Pueden añadirse, asimismo, otros aditivos y sustancias o puede cambiarse el nombre de “azúcar” por otros nombres como “jarabe, fructosa…” y más, haciendo así “legal” el etiquetado de reducido en azúcar sin importar que contenga el mismo contenido…
Este tipo de productos, al crear una percepción distorsionada y hacernos creer que son más saludables, suelen desencadenar el efecto halo, un efecto en el que, al dar una ilusión de ser más saludable, incita a un mayor consumo del mismo… lo que puede provocar incluso una mayor ingesta calórica que la que se daría con el producto original.
Es por ello que este tipo de etiquetas no deberían mirarse como una alternativa más saludable, al menos no siempre.
Una mantequilla se consideraba más saludable si se encontraba en un empaque redondo, rojo y amarillo
Los consumidores consideraban más saludables los productos que estaban en un empaque que parecía una silueta humana delgada
La información nutrimental encontrada en el frente del empaque podía hacía al producto parecer más saludable
Los productos con un empaque en colores más claros o balanceados y con formas angulares se percibían como más saludables
La mayor percepción de algo más saludable era lograda mediante una reducción de sodio o grasa, mientras que un mayor contenido de fibra u omega-3 eran las opciones menos preferidas
Agregar una imagen o fotografía aumentaba la percepción de salubridad
Es importante aprender a leer las etiquetas nutricionales, a saber qué ingredientes son mejores para nuestra salud y a conocer, incluso, qué estrategias utilizan los profesionales del marketing, pues esto te ayudará a tomar mejores decisiones nutricionales y a no dejarte llevar por los trucos de mercadotecnia.